¿Qué sucede si no reflexionas?
Por Dalia Guadalupe De la Peña Wing
Cuando una persona no reflexiona sobre sí misma, es probable que, en principio, su vida transcurra aparentemente más tranquila, pero no por ello de la manera más conveniente. Es como si se lanzara al río en una pequeña barca para dejarse llevar placenteramente hacia donde la corriente la lleve, hasta que, en algún momento, el rugido del agua le anuncie que se acerca a una catarata y, entonces, ya no tendrá tiempo de tomar los remos para cambiar el curso ni de dejar la embarcación para nadar y no caer al vacío.
Esto es algo que, lamentablemente, les sucede a muchas personas: procrastinan, es decir, posponen algo, en este caso, el trabajo de reflexionar sobre sí mismas, comenzando así a generar e internarse en un círculo vicioso de otras postergaciones para tomar decisiones, tomar acción, relacionarse con los otros y lo otro; van perdiendo el sabor y el sentido de la vida porque se sienten constantemente frustradas al no saber por qué les ocurren las cosas. Entonces, culpan al destino y a una cantidad de cosas que están fuera de ellas, y su salud mental se va deteriorando de manera paulatina.
Es cierto que existen algunas cosas que están fuera de nuestro control, pero también es verdad que, cuando no reflexionamos, nos olvidamos de aquellas que podemos manejar a nuestro modo, de las que están a nuestro favor. Es decir, la ausencia de reflexión no permite a la persona conocerse y, entonces, vive atada a sus propios errores, pues los seguirá cometiendo sin saber de dónde vienen.
Por ello, es muy importante que, como parte del trabajo de reflexión para el conocimiento de uno mismo, observemos nuestros patrones. De no hacerlo, seguiremos llamando “destino” a todo lo que nos pasa, sin embargo, podríamos modificar o cambiar mucho de ello.
Todo lo anterior, además, puede afectar de manera significativa nuestras relaciones con los demás y, lo más triste, es que sucederá sin darnos cuenta porque no tenemos la capacidad de vernos o lo estamos haciendo muy poco. En este punto cobra mayor relevancia la intervención de un profesional, quien nos acompañará en el proceso de descubrir qué es lo que nos tiene atorados y cuáles son las razones por las que estamos así.
No hay que olvidar que, donde hay un patrón hay algo que voltear a ver, pues este no pertenece nada más a la vida cotidiana ni al devenir, en el que tenemos poca injerencia, sino que tiene que ver con nuestra manera de reaccionar.
En el caso de los adultos, es importante saber que todos llevamos un niño, un adolescente y un adulto dentro, y que es fundamental que nuestro adulto tenga contacto con el niño y el adolescente que fuimos, tanto en su dolor como en su alegría. Esto nos va a decir mucho del adulto que somos ahora.
A través de una reflexión más profunda podemos darnos cuenta cómo superar limitaciones de nuestra niñez y adolescencia; nos ayuda a tomar conciencia de lo que nos define como personas, qué queremos y hacia dónde vamos. No reflexionar sobre ello, nos llevará a tener una vida sin la conciencia de las responsabilidades que implica una decisión reflexionada; no tendremos conciencia de nuestras emociones y acciones, ni sabremos realmente lo que es importante para nosotros.
En la vida hay que tener momentos de pausa para la reflexión, pues es la brujúla que guía nuestro camino.
El tiempo de reflexión es importante para nuestro crecimiento personal y profesional, para dar sentido a lo que hacemos y somos, para aceptarnos de manera crítica con aciertos y con errores; para aceptar o rechazar con argumentos.